Over the backwaters in Kumarakom

Over the backwaters in Kumarakom

A short narration about our journey through Kerala, the taste of coconut milk and spices. The backwater of Kumarakom at dawn.

 

The smell of lilacs and wet bushes of the canal greets us in Kumarakom. It is midday and early March, but there is a slight breeze that dissipates and cools the warm temperature of the canals. Pointing to the right, Vipul marks the house boat we will inhabit for the day. It is a construction of long, narrow slats of dark wood lining the rounded-edged boat.

 

Upon entry, it is imperative to remove one's shoes. We step into a small living room with wooden furniture ready for games and evening of conversation under the long palms that embrace the wind coming from the estuary. To the right, a narrow corridor leads to two rooms covered in wooden slats and a bed with a cream-coloured, hand-embroidered bedcover. At the end of the corridor, a space with a table and six solid wooden chairs and finally a small kitchen. The smells announce the taste of what is soon to come. 

 

With a generous smile, the cook invites us to sit at the table. A hearty portion of rice, vegetables in coconut milk and spices, fried banana chips in coconut oil, marinated fish wrapped in palm leaves. As we indulge in each flavour, he watches us closely to affirm that his preparations have been well received. Indeed they are welcomed with the greatest gusto, each flavour evocative of the place.

 

At sundown we silently watch the clouds on the boat deck as they gradually turn coral pink. We silently watch the journey as we move along the wide, gentle canals that are accompanied by palm trees and single-storey wooden houses. We silently eat a banana deep fried in chickpea flour, coconut milk and black sesame seeds. Birdsong leaves no room for the human voice.

 

On the way to Taj Kumarakom, we observe the buildings that accompany the route. In a low-roofed house, a family celebrates a birthday. Everyone sings in a joyful manner.

Once in taj we sit in the kiosk overlooking the lake and while enjoying the weather, we watch a woman dancing Kuchipudi, a traditional South Indian dance that celebrates spiritual beliefs and in which delicate hand and facial expressions are essential. Back on the boat, we sleep while the water gently weighs down the bed.

 

A cerulean and apricot sky paints the morning. We are about to switch from our house boat to a small boat to go into the narrowest of canals. The clock strikes half past six in the morning and we are immediately woken up by the sound of birds singing together in a high-pitched, disorganised and harmonious melody.  We cross a carpet of lilacs over the water that stretches for metres. The magenta of their flowers invades the horizon. The gentleman in the boat slows down, approaches one of the flowers and, with a sharp blow, pulls one out of the water. He caresses it and offers it to me as a jewel.

 

We are increasingly aware that life revolves around water. Every house has a small outlet to the canal. Two or three steps emerge from the water. Women sit washing bananas and a man brushes his teeth while looking down at us from dry land. Another man waves to us from his boat as the reflection of the water merges with the sky.

 

As we arrive at the estuary and sail out to sea, the canal is just a trail, a footprint that merges into the immensity of the Kerala waters.

 

Stay

Houseboat: there are different options, depending on the budget

Taj Kumarakom

 

Visit

Narrow canals of Kumarakom at sunrise

Kuchupudi - Traditional dance

 

Bajo el lento andar de las aguas en Kumarakom

 

Una corta narración sobre nuestro viaje por Kerala, el sabor de la leche de coco y especias. Los canales de Kumarakom al amanecer.

 

El olor de las lilas y los matorrales húmedos del canal nos recibe en Kumarakon. Es medio día y estamos a principios de marzo, pero se siente una ligera brisa que disipa y refresca la temperatura cálida de los canales. Apuntando a la derecha, Vipul señala la casa bote que habitaremos por un día. Se trata de una construcción de angostos y largos listones de madera oscura que recubre el bote de filos redondeados.

 

Al entrar, es imprescindible quitarse los zapatos. Pisamos una pequeña sala de estar con muebles en madera dispuesto para juegos y noches de conversaciones bajo las largas palmas que abrazan el viento proveniente del estuario. A la derecha, un estrecho corredor que conduce a dos habitaciones recubiertas en listones de madera y una cama con cubre helecho color crema, bordado a mano. Al final del corredor, un espacio con una mesa y seis sillas de madera maciza y finalmente una pequeña cocina. Los olores anuncian el sabor de lo que vendrá pronto.

 

Con una generosa sonrisa, el cocinero invita a sentarnos a la mesa. Una abundante porción de arroz, vegetales en leche de coco y especias, chips de banano frito en aceite de coco, pescado marinado y envuelto en hoja de palma. Mientras nos deleitamos con cada sabor, él nos observa con detenimiento para afirmar que sus preparaciones han sido bien recibidas. En efecto son recibidas con el mayor gusto, cada sabor, evoca el lugar.

 

Al atardecer observamos en silencio en la terraza del bote las nubes que poco a poco se pintan de coral. Observamos en silencio el recorrido, mientras avanzamos por los anchos y mansos canales que van acompañados de palmas y casas de madera de un piso. Comemos en silencio un banano rebosado en harina de garbanzo, leche de coco y semillas negras de ajonjolí. El cantar de los pájaros no deja espacio para la voz humana.

 

Camino a Taj Kumarakom, observamos las construcciones que acompañan la ruta. En una casa de techos bajos, una familia celebra un cumpleaños. Todos cantan de manera jocosa.

Una vez en Taj nos sentamos en el quiosco que mira al lago y mientras disfrutamos del clima, apreciamos a una mujer bailar Kuchipudi, una danza tradicional del sur de la india que celebra creencias espirituales y en donde la expresión delicada de las manos y la cara es esencial. De vuelta al bote, dormimos mientras de manera delicada el agua mese la cama.

 

Un cielo cerúleo y albaricoque pinta la mañana. Nos disponemos a cambiar nuestra casa bote por una pequeña barca para adentramos en los canales más estrechos. El reloj marca las seis y media de la mañana y nos despierta de inmediato el sonido de las aves que cantan al unísono en una melodía aguda, desordenada y armoniosa.  Atravesamos una alfombra de lilas sobre el agua que se extiende por metros. El magenta de sus flores invade el horizonte. El señor de la barca baja el ritmo, se acerca a una de las flores y con un golpe seco, saca una del agua. La acaricia y me la ofrece como un tesoro.

 

Somos cada vez más conscientes que la vida gira en torno al agua. Cada casa tiene una pequeña salida al canal. Dos o tres escalones emergen del agua. Hay mujeres sentadas lavando bananos y un hombre se lava los dientes mientras nos mira desde tierra firme. Otro hombre nos saluda desde su barca mientras el reflejo del agua se funde con el cielo.

 

Al llegar al estuario y ya navegando hacia el mar, el canal es solo una estela, una huella que se funde en la inmensidad de las aguas de Kerala.  

 

Estadía

Casa bote: existen diferentes opciones, dependiendo del presupuesto

Taj Kumarakom

 

Conocer

Estrechos canales de Kumarakom al amanecer

Kuchupudi - Baile tradicional

 

 

 

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