Un breve relato de nuestro viaje a través de Jaisalmer y el desierto de Thar. Vistas, gustos y sonidos.
Hay una sensación muy particular cuando ponemos un pie en Jaisalmer. Somos siete y todos estamos de acuerdo. Escucho a Violeta decir: "¿Sentiste el golpe de la energía solar de este lugar?" Es la luz del desierto, un resplandor amarillo que ciega y empodera al mismo tiempo.
Su nombre le corresponde, la ciudad dorada es en sí misma un pequeño sol en la tierra. Sus edificios son enormes, creando capas en el paisaje que se mezclan en un remolino de tonos ocres y amarillos tenues impartidos por la piedra arenisca con la que está construido en la zona.
El paisaje se vuelve más y más silencioso a medida que nos acercamos a Suryagarh. Nos interrumpe un rebaño de ovejas, algunas casas, mujeres vestidas con saris rojos. Al llegar, somos recibidos por gruesos muros de arquitectura de fortaleza medieval con detalles intrincados y celosías, correspondientes a la arquitectura de Rajasthan. En el interior, el agua fluye bajo pequeños canales diseñados para su disfrute. El agua de azahar y rosas que amablemente nos ofrece, hidrata cada célula embotada por el calor.
Tan pronto como el sol se prepara para descender, nos dirigimos al fuerte de la ciudad.El conductor dice en voz baja, "este fuerte está vivo", como si cada miembro de su estructura tuviera su propia autonomía. De hecho, él no está mintiendo. La ruta de la seda ha dejado un rastro de artes nobles dinámicas y minuciosas que se conservan intactas en la ciudad: orfebrería, hilo de oro, textiles tejidos a mano. Sus habitantes la mantienen viva. Caminamos por un callejón angosto y a mi derecha un joven me sonríe mientras me muestra sus títeres con vestidos escarlata y dorados. Unos metros más adelante, un hombre inmóvil e inmóvil, sentado en un estrecho taburete, demuestra su destreza en el complejo arte de la pintura en miniatura. Cada objeto parece ser más precioso que el anterior. Artes olvidadas respirando en el fuerte.
De regreso en Suryagarh, nos deleitamos en una noche clara y observamos la profundidad de un cielo azul de Delft, el más oscuro de los azules, visible en la inmensidad y la oscuridad del desierto. Las estrellas bailan al ritmo de canciones sufíes interpretadas por artistas locales. "Kun faya Kun" resuena en mi cabeza durante horas, "Es y así será".
Los sonidos de la mañana siguiente vienen acompañados del silencio de los Cenotafios de Bada Bagh. Una vez pensado como un gran jardín conmemorativo de la familia real, sus estructuras de color ocre se destacan en una belleza inconmensurable. Sus tonalidades se funden con el entorno y la fina arena que lo cubre todo en una imagen borrosa que recuerda a un cuadro. Nos sentamos al borde de una roca muy alta. A lo lejos dos perros juegan en una de las estructuras.
Mientras bebemos una limonada con especias y sal en Kakus, apreciamos el fuerte en la distancia y compartimos destellos de la ciudad. Sabores a desierto invaden nuestro paladar. Flores secas de alcaparras, curry de pimiento rojo, hojas de mostaza que sólo hacen su aparición en invierno. Gulab Jamun en almíbar de rosas y té negro.
Por la tarde, las tiendas canacas nos esperan con un suave paseo por el desierto en camellos lentos. Todavía se pueden ver las mariposas azul cielo deambulando por los arbustos. Cuando llegamos a las dunas, sillas, una mesa y una tetera de plata con chai caliente nos dan la bienvenida. Algunas galletas y golosinas indias. Suena el sitar, pero a veces solo se escucha el rugir del desierto.
La noche tiene un matiz especial, estrellada como el día anterior pero acompañada de ghoomar, las danzas tradicionales de Rajasthani en las que solo participan mujeres en honor a la diosa Sarawasti. Alrededor del fuego, todos bailamos hasta que la noche envejece.
Estancia:
Tiendas Kanak Jaisalmer
Suryaghar
Conocer:
Paseo en camello por el desierto
Haveli Patwon
Fuerte
Bada Bagh
Restaurantes:
Lal ghar
Kakus
Suryaghar
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El lenguaje del desierto
Una corta narración sobre nuestro viaje por Jaisalmer y el desierto del Thar. Lugares, sabores y sonidos.
Hay una sensación muy particular al pisar Jaisalmer. Somos siete personas y todas coincidimos. Oigo a Violeta decir, “¿Sentiste el golpe de energía solar de este lugar?” Es la luz del desierto, un resplandor amarillo que ciega y potencia al mismo tiempo.
Su nombre le corresponde, la ciudad dorada es en sí misma un pequeño sol en la tierra. Sus construcciones son macizas, crean capas en el paisaje que se mimetizan en un remolino de tonalidades ocre y amarillos tenues que le confieren la piedra de arena con la que se construye en la zona.
Mientras nos acercamos a Suryagarh, el paisaje se vuelve cada vez más silencioso. Somos interrumpidos por un rebaño de ovejas, unas pocas casas, unas mujeres vestidas con saris rojos. Al llegar, nos recibieron unos pesos muros de arquitectura de fuerte medieval con detalles y celosías de intricada complejidad, correspondientes a la arquitectura de Rajasthan. Al interior, el agua corre bajo pequeños canales diseñados para el disfrute. El agua de azahar y rosas que amablemente nos ofrecen, hidrata cada célula opaca por el calor.
Tan pronto como el sol se prepara para descender, nos vamos acercando a la ciudad del fuerte. El conductor dice en voz baja, “este fuerte está vivo”, como si cada extremo de su estructura tuviera autonomía propia. En efecto, no miente. La ruta de la seda ha dejado una estela de dinámicas y minuciosas artes nobles que se conservan intactas en la ciudad: trabajo en plata, hilos de oro, tejidos hechos a mano. Sus habitantes la mantienen viva. Caminamos por un callejón estrecho y a mi derecha un hombre joven me sonríe mientras me muestra sus marionetas con vestidos escarlatas y dorados. Unos metros más adelante, un hombre quieto, inmutable, sentado en un estrecho taburete, demuestra su destreza en el complejo arte de la pintura en miniatura. Cada objeto parece ser más valioso que el anterior. Artes olvidadas que respiran en el fuerte.
De vuelta a Suryagarh nos deleitamos con una noche despejada y observamos la profundidad de un cielo azul Delft, el más oscuro de los azules, visible en la inmensidad y oscuridad del desierto. Las estrellas bailan al compás de canciones sufíes interpretadas por artistas de la zona. “Kun faya Kun” resuena en mi cabeza durante horas, “Es y así será”.
Los sonidos de la mañana siguiente llegan acompañados del silencio de los Cenotafios de Bada Bagh. Alguna vez pensado como un gran jardín de conmemoración a la familia real, sus estructuras de color ocre se mantienen en pie con una belleza inmensurable. Sus tonalidades se confunden con el entorno y con la fina arena que cobija todo en una imagen difusa que simula una pintura. Nos sentamos en el filo de un poyo de altura considerable. A lo lejos dos perros juegan en una de las estructuras.
Mientras disfrutamos de una limonada con especias y sal en Kakus, apreciamos el fuerte a lo lejos y compartimos percepciones de la ciudad. Los sabores del desierto invaden nuestro paladar. Flores secas de alcaparra, curry de pimientos rojos, hojas de mostaza que hacen su aparición solo en invierno. Gulab Jamun en jarabe de rosas y té negro.
En la tarde nos espera Kanak tents con un recorrido lento en el desierto sobre camellos que caminan con parsimonia. Aun se ven las mariposas azul celeste pasear cerca a los arbustos. Al llegar a las dunas, unas sillas, una mesa y una tetera plateada con chai caliente nos recibe. Unas galletas y unos bocadillos indios. Suena la sitara, a veces solo se oye el rugir del desierto.
La noche tiene un tinte especial, estrellado como el día anterior pero acompañado de ghoomar, los bailes tradicionales de Rajashtan en el que solo las mujeres participan en honor a la diosa Sarawasti. Entorno al fuego, todos bailamos hasta que la noche envejece.
Estadía:
Tiendas Kanak Jaisalmer
Suryaghar
Conocer:
Caminata por el desierto en camello
Haveli Patwon
Fuerte
Bada Bagh
Restaurantes:
Lal ghar
Kakus
Suryaghar
Palabras e imágenes: Flor de Melón